viernes, 17 de junio de 2011

BICICLETAS PARA TODAS LAS ESTACIONES

Desde pequeña me han gustado mucho las bicicletas; por ser una niña, mi padre consideró -en aquellos tiempos-que una bicicleta no era lo mas adecuado para mí y aprovechó para –además de otras actividades provechosas como música y pintura en las que emplear mis veranos- enviarme a clases de corte y confección, que por cierto me vino de perlas a lo largo de mi vida como madre de familia. Gracias papi.
Con la complicidad de mi vecino Mingoyo Castañares -el chico mas guapo de la vecindad, rubio como un Apolo- propietario de una espléndida Orbea “de chico”, alta donde las hubiera, disfruté mucho de mi afición favorita. Mi amigo me dejaba usarla a escondidas de mi padre, unas veces me la prestaba y otras yo se la pipiaba del zaguán de su casa donde solía aparcarla.
Me las arreglé para disfrutar de largos paseos sobre dos ruedas, Tomás Miller arriba  y Tomás Miller abajo, desde mi casa al Balneario en las Canteras y vuelta.
Mis pies apenas alcanzaban los pedales. Yo era una adolescente aniñada, no muy alta y tenía que hacer malabarismos para poder pedalear.
Será por eso que aun hoy tengo unas piernas fuertes que me permiten dar largas caminatas para quemar el “aceite” y el “azúcar” que en la dorada senectud se van acumulando.
En estos tiempos ya no me entusiasma tanto la bicicleta porque Las Palmas es inhóspita para ella. He estado a punto de ser atropellada en varias ocasiones por ciclistas que se suben  las aceras huyendo de los peligros del tráfico de esta ciudad. Ello implica un gran riesgo para los viandantes.
He contabilizado tres tipos de ciclistas urbanos: los que usan la bicicleta por razones de salud o para ponerse cachas, a los que el Ayuntamiento ha contentado con los carriles bici del frente marítimo. Los “Erasmus”, jóvenes extranjeros que estudian o trabajan en nuestra isla, acostumbrados en sus países a este medio de desplazamiento y que, ante el peligro de ser atropellados en nuestras calles suben a las aceras como si nada. Y por último, los “crisiálidas” o disminuidos económicamente por la crisis que nos atenaza, que han desempolvado sus antiguas bicicletas para prescindir del coche, del taxi o de la guagua.
La mayoría de todos ellos usan las aceras y las convierten en algo tan peligroso como el tráfico caótico del que huyen.
Y ojo, que no suelen llevar casco y aunque supuestamente no están obligados sí que lo necesitan en esta vorágine
Espero que el nuevo alcalde y su corporación encuentren un remedio a esta nueva plaga que se nos ha venido encima.

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